miércoles, 18 de agosto de 2010

La vida, una prohibición absurda

Cuando dije "La vida, una prohibición absurda", en el comentario del post sobre Kafka, me refería a la sensación que describe maravillosamente este poema de Oliverio Girondo. En especial, me refería a lo que expresa el último tramo. 
Ya sé que pensar esto es muy deprimente, y además es de "burgués con tristeza", por decirlo de algún modo. Pero es que este cuerpo que tenemos... en términos de Cortázar: "Nos mereceríamos ya una máquina mejor".

Va el poema:

Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.

Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.

Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.

Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

Oliverio Girondo

Para la cartera de la dama y el bolsillo del hipocondríaco

Detesto los productos que se presentan como "necesarios" y fomentan una conducta que roza la pelotudez o la insanidad mental.

Actimel es un ejemplo, y su campañero Activia. Sensodine es otro. Head & Shoulders (¿tanta gente tiene caspa?). Alcohol en gel.

Pero éste ya se zarpa: Lysoform de bolsillo. ¡Para desinfectar las cosas antes de tocarlas! Se supone que uno debería llevar consigo el aerosol a todas partes, para echarle el producto a los asientos del subte, a las barandas del colectivo, a las hamacas de las plazas... ¡¡¡¡Por favor!!!!

Considero que esto es un resabio de la neurosis colectiva que ocasionó la Gripe A ... Es que, aunque el peligro ya pasó, todavía existe un nicho de gente que no logró librarse de la paranoia.

Pienso esto porque la propaganda hace hincapié en la practicidad del envase. Como si alguien, al ver el anuncio, podría llegar a decir: "Ah!, qué bueno, ahora sí, dejo la botella de lavandina y el trapo rejilla en casa, y me compro el canchero frasquito".... ¡Enfermos!

sábado, 14 de agosto de 2010

¿Calma pueblo?



Yo uso al enemigo a mi nadie me controla
Le tiro duro a los gringos y me auspicia coca cola
De la canasta de frutas soy la unica podrida
Adidas no me usa, yo estoy usando adidas

Mi estrategia es diferente, por la salida entro
Me infiltro en el sistema y exploto desde adentro
Todo lo que les digo es como el Aikido
Uso a mi favor la fuerza del enemigo


Ojalá... quién sabe.
 
Por lo pronto, la cultura masiva reproduce este mensaje con el título "Calle 13 le canta a su gente".
 
http://video.latam.msn.com/watch/video/calle-13-canta-a-su-gente/1lk1o7z1o

viernes, 13 de agosto de 2010

Dos libros que duelen

Y no lo digo yo, lo dicen ellos.

Pasman, T. "La tenés adentro. Todo lo que duele saber del fùtbol", Ediciones Pluma y Papel, Buenos Aires, 2010.

¡AAaayyy!


González Oro, N. "Radiografía de mi país. La Argentina que me duele", Editorial Planeta, Buenos Aires, 2010.
¡AAAyyy!

domingo, 8 de agosto de 2010

Lean esto y después, si pueden, sean felices

Ayer vi El Origen y me acordé de este cuento. Después, no me podía dormir.

Ante la Ley (Franz Kafka)

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta al guardián y le pide que le deje entrar. Pero el guardián contesta que de momento no puede dejarlo pasar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde se lo permitirá.
- Es posible - contesta el guardián -, pero ahora no.

La puerta de la ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el campesino se inclina para atisbar el interior. El guardián lo ve, se ríe y le dice:
- Si tantas ganas tienes - intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón hay otros tantos guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo soportar su vista.

El campesino no había imaginado tales dificultades; pero el imponente aspecto del guardián, con su pelliza, su nariz grande y aguileña, su larga bárba de tártaro, rala y negra, le convencen de que es mejor que espere. El guardián le da un banquito y le permite sentarse a un lado de la puerta. Allí espera días y años. Intenta entrar un sinfín de veces y suplica sin cesar al guardián. Con frecuencia, el guardián mantiene con él breves conversaciones, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final siempre le dice que no todavía no puede dejarlo entrar. El campesino, que ha llevado consigo muchas cosas para el viaje, lo ofrece todo, aun lo más valioso, para sobornar al guardián. Éste acepta los obsequios, pero le dice:
- Lo acepto para que no pienses que has omitido algún esfuerzo.

Durante largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años abiertamente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo entre murmullos. Se vuelve como un niño, y como en su larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, ruega a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz o si sólo le engañan sus ojos.

Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que brota inextinguible de la puerta de la ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte endurece su cuerpo. El guardián tiene que agacharse mucho para hablar con él, porque la diferencia de estatura entre ambos ha aumentado con el tiempo.
- ¿Qué quieres ahora - pregunta el guardián -. Eres insaciable.
- Todos se esfuerzan por llegar a la ley - dice el hombre -; ¿cómo se explica, pues, que durante tantos años sólo yo intentara entrar?

El guardián comprende que el hombre va a morir y, para asegurarse de que oye sus palabras, le dice al oído con voz atronadora:
- Nadie podía intentarlo, porque esta puerta estaba reservada solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

Deducción

De acuerdo con las propagandas...

¿Para consumir PANTENE hay que ser PELOTUDA?